"Securitatem, inter metum et desperationem" - 2, par Gregorio Kaminsky

  • 12 août 2006

Spinoza es un filósofo que ha hasta ahora tenía poca prensa, académica y de la otra, pero es de notar el advenimiento de ciertas difusiones no especializadas que pueden ser, o no, algo auspicioso. Sea lo uno o lo otro, esto demuestra que Spinoza no es un filósofo de carácter imperturbable. En filosofía es frecuente la tendencia a la sacralización, y por eso una cristalización del pensamiento spinoziano operaría como una segunda excomunión de la que sufrió en julio de 1656.
En esta oportunidad, y sin el botín de oro filosófico, se pide interrogar a Spinoza como si fuera un paseante no de las calles de Ámsterdam sino de las ciudades contemporáneas, brotada hoy de tantas inseguridades.
Es probable que, en primer término, un interrogante de este tipo lo transporte al recuerdo de su amigo, el líder político republicano Jan de Witt, quien fue atacado y asesinado de forma brutal para luego ser colgado de la cabeza a los pies en la plaza pública y deshollado su cuerpo y esparcida su carne.
Una primera reflexión conduce a un pensamiento del presente violento sin mitificar el pasado. La historia moderna no constituye un gran boulevard que comienza en el bien y derrapa progresivamente hacia el mal de hoy. Esto se parece más a un camino de doble mano, una dura y otra blanda.
En segundo término, si quisiéramos deambular, peripatéticos, por esta ciudad un buen consejo de seguridad spinoziano sería la sugerencia de hacerlo con su Etica bajo el brazo. Un libro no es ciertamente un arma pero tampoco uina piedra. La Etica no es un refugio filosófico, es un texto del que no se sale como se entró y, si de seguridad se trata allí ya están contenidos los alcances y desbordes de la tensión entre el bien de la esperanza y el mal del miedo.
¿Es posible vivir por fuera de esta tensión, más allá del bien y del mal ? ¿Existe ese barrio, esa ciudad, ese mundo ? Leamos : “No se da esperanza sin miedo, ni miedo sin esperanza”, mientras que la seguridad “es una alegría inconstante nacida de una cosa esperada” ... “una alegría de la que ha desaparecido toda causa de duda”. (E, III, Def. de los afectos, 13 y 14). Pero, cautela, porque en el fondo de su valor positivo la seguridad es un modo de la impotencia porque su fortaleza se basa en causas que abrigan dudas. Y la duda es una probable antesala del temor, merodeo por el que está agazapada la inseguridad. Si vamos todavía más allá llegamos al callejón sin salida de la desesperación.
A la seguridad no se la encuentra por sí sola porque requiere de todo tipo de experiencias sociales en las que no existe la vereda de los santos y otra de los réprobos. Al maniqueísmo que la separa, Spinoza lo denuncia como una hipócrita teología mediática, lo que podrá explicar el motivo de su anatema.
Las experiencias sociales por las que se articulan la seguridad y la inseguridad requieren organización. “Los hombres ven lo mejor y lo aprueban, pero hacen lo peor”, entonces el buen gobierno es el medio menos violento para asegurar la seguridad. En estos asuntos, Spinoza es enfático en descalificar las habladurías filosóficas y religiosas, y recomienda no vacilar en acudir a los políticos. Los políticos son los astutos inventores de las principios manipulables, realmente existentes. Verdaderos virtuosos del dominio del estado de derecho cuando ese estado se encuentra amenazado, hombres de dilatada experiencia corporativa, los políticos son artesanos de las reglas de tránsito vital y reguladores de las pasiones antisociales. No garantizan la desaparición del miedo, pero proponen modos apaciguantes a los que denominan seguridad. Es verdad que el estado pleno de seguridad no (se) alcanza porque el temor nunca se aniquila por entero, pero se pueden conseguir algunos tratos compensatorios. Y más verdadero aún es que esos (con)tratos tienen precio, un costo que paga el alma y otro que paga el cuerpo. Dice, “...para que los hombres puedan vivir en concordia y ayudarse, es necesario que renuncien a su derecho natural y se den mutuamente la seguridad de que no obrarán nada que pueda redundar en perjuicio ajeno” (E, IV, Prop.37, esc.2). La ruptura, el quebranto del “acuerdo” es la amenaza subjetiva de la desesperación y la posible condena de la excomunión social. Así que no hay más remedio que optar por el crudo pragmatismo de los políticos, hombres de agudísimo ingenio cuya sagacidad permite concebir a la política por la vía de los miedos mundanos.
La política ofrece asegurar la seguridad bajo el discurso sostenido en el miedo y la desesperación. El mal circula entre nosotros los buenos, “la sociedad siempre corre más peligro por los ciudadanos que por los enemigos, porque los hombres buenos son pocos...”. (TAP, VI, 6). El delito y la criminalidad son como la traición pero en tiempos sin guerras. Para prodigar seguridad a los ciudadanos es casi indispensable echar, esta sí, una mano dura con tolerancia cero. Se los puede tolerar soberbios y hasta fanáticos, pero se los necesita algo miedosos y abyectos. De la mano de los astutos políticos de las almas y los cínicos policías de los cuerpos, el primero de los axiomas políticos reza : “el vulgo es terrible cuando carece de miedo” (E, IV, Prop.54). Pero Spinoza modera esta estocada con un toque no violento : “Los ánimos, sin embargo, no se conquistan por las armas sino por el amor y la generosidad” (E, IV, Cap.11). Los políticos deben ser hábiles y creativos porque nada de los asuntos mundanos es resultado de “una feliz coincidencia o por simple casualidad o que no lo hayan descubierto los hombres que se ocupan de los asuntos públicos y velan por seguridad” (TAP, I, 3).
No obstante, ¿de qué seguridad se trata ?, ¿quiénes y cómo velan esa seguridad, su propia seguridad ?, pero ¿cuál de ellas ? Spinoza sabe que la libertad natural es una virtud privada mientras que “la virtud del Estado es la seguridad” (TAP, I, 6). y que aun cuando el derecho natural debe someterse al poder del estado, no por ello cesa o se pierde. El derecho entendido como poder natural persevera tanto cuanto miedo sea soportable y cuanta seguridad garantice al menos un precario alivio. Spinoza, el filósofo, no desmiente ni tampoco exagera, en el horizonte de la vida natural-social anida, siempre, la desperatio. El filósofo cauto es quien no finge astucias políticas, un pensador sin política, pero no por ello menos inofensivo.
Ha llevado tiempo recibir los aires spinozianos, la sobrevivencia de un mundo desesperante consiste en admitir un gobierno complaciente del miedo envasado con estampitas de esperanza.
El mismo Spinoza experimenta otros modos de morir, sin homicidios, ni armas ni choques de tránsito. Se trata de muertes en vida, el aniquilamiento existencial más amenazante más que el del delincuente.
Vivido en carne propia, la excomunión es el modo ancestral de la muerte en vida. El pueblo elegido dispone de la Sinagoga con sus representantes como el recinto en el cual se inflige ese asesinato.
Los modos de excomulgar de la religión judía disponen de niveles según la gravedad que motiva la condena y, según el grado que tenga ésta, podrá ser levantada o mitigada con posterioridad.
El Jerem es el castigo más grave e inflexible, injuriante y bochornoso, el estigma que traduce de modo instrumental y radical la iracundia divina.
Un Jerem es la dura sentencia de condena a Baruch Spinoza efectuada por los « Caballeros de Mahamad » junto con los « Hajanim », miembros del Consejo Rabínico de la Sinagoga de Amsterdam.
Apuntamos partes del texto que fue leído : « Según la decisión de los ángeles y de acuerdo con el fallo de los santos y nuestra sagrada comunidad, excomulgamos, expulsamos, execramos y maldecimos a Baruj de Espinoza » ...... « Maldito sea de día y de noche. Maldito sea al acostarse y maldito sea al levantarse, maldito sea al salir de su casa y maldito sea al regreso. Que Dios jamás le perdone ; que la cólera y la ira de Dios se enciendan contra ese hombre y que le envíen todas las maldiciones inscriptas en el Libro de la Ley..... »
Con esta condena ilevantable, el judío inexcomulgable no pudo recibir la indulgencia que se otorgó, por ejemplo a Galileo.
Pero sin embargo, dijimos al comienzo, en estos tiempos casi imposibles Spinoza se mueve, al punto incluso que sus textos no están ausentes de los programas de filosofía de las universidades de Israel. Irremediable en el Templo, se remedió con un subterfugio político, una autorización del mismísimo Primer Ministro Ben Gurion. Un decreto de necesidad y urgencia para rehabilitar de quien comprendió a la filosofía como acto de libertad y eternidad.

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